sábado, 25 de junio de 2016

Monólogos de la vagina


Domingo 19 de junio de 2016, noche del Día del Padre, Teatro Marsano: a 15 años de su estreno nacional, Pilar Brescia, Regina Alcóver e Yvonne Frayssinet se reúnen, desde el 21 de abril, para una nueva producción de los Monólogos de la vagina. Hoy, el público es reducido, debido a la fecha, y el ambiente es propicio a la calidez directa y el mensaje cortante que la obra rezuma. Lo primero que aparece son las palabras “No al feminicidio” proyectadas sobre vastos lienzos que, a lo largo de la noche, serán a una vez el ecran pictográfico y el pasaje de transición entre los personajes varios interpretados por cada actriz en un tour de force innegable de histriónica versatilidad. En general, Brescia es tierna, Alcóver irónica y Frayssinet descarada, pero el gran personaje plural que emerge de la actuación en conjunto es una mezcla casi indecible de honestidad, humor y tragedia que, muy posiblemente, escapa a la percepción de la audiencia concentrada en los giros y reveses brillantes de una valiente discusión que se presenta como una farsa genial. Desde la parodia y la sátira, sin embargo, el mensaje --la gran pregunta, realmente-- de los Monólogos de la vagina se impone con la espontaneidad de la maestría, lo incuestionable de un profesionalismo ajeno a lo mecánico, a lo engañosamente epidérmico. Es la razón por la cual, alguien como quien esto escribe, quizá menos vulnerable al humor corrosivo y feminista del texto, terminó capturado por un montaje humano, nada maniqueo y definitivamente en los antípodas de un pasatiempo gratuito de fin de semana.

Además, y principalmente, cuando una pieza dramática te deja sin la seguridad inmediata de la palabra certera para explicar tu impresión de ella, y te obliga a enfrentar tus ideas y prejuicios más íntimos con el espejo de la comedia, es evidente que se trata de, acaso, el teatro más oportunamente cuestionador que se está realizando en Lima, Perú. Y es, otra vez, Osvaldo Cattone el sutil demiurgo a quien debemos tal propuesta, alentadora de una escena que, como quería Shakespeare, logra su carácter elevado sin perder en absoluto el diálogo con su audiencia. El texto original de Eve Ensler, uno de los más importantes de la década de los noventas, exige rigor artístico y sensibilidad respecto del problema humano y social que constituye su temática. Cattone, como un amante experto, consciente del reto y de su capacidad para asumirlo, es a un mismo tiempo fiel y novedoso en sus escarceos sustanciales con una pluralidad de personajes femeninos dotados de sólida interioridad. La disciplina del montaje que orquesta controla hasta la exuberancia de las interpretaciones, las cuales, de este modo, pueden brindar la esencia requerida de cada una de ellas, esa verdad incómoda que de pronto es como una autorrevelación --o la genera-- en el espectador, sin importar aquí demasiado su sexo… No puedo subrayar suficientemente mi afecto por esa sensación de control, esa disciplina, ya que el caos de violencia antifemenina y dulzura violada que encarnan el trío de actrices en calidad de víctimas históricas y reivindicativas de sus derechos personales, clamaba por un cauce de tal naturaleza para darle forma y comunicarlo efectivamente en sus más distintos niveles.

El motivo central para el éxito de esta nueva producción recae, probablemente, en la lúcida inventiva a través de la cual el director ha sabido adaptar la totalidad del discurso de Ensler a una comprensión local y a la realidad de la mujer en la sociedad peruana. Una experiencia universal que se vuelve familiar (en el sentido de cotidiana) para echar luces sobre la naturaleza humana, igual en todo el mundo. Por eso, y felizmente, el montaje es cercano e íntimo, abstracto y al mismo tiempo completamente asible mediante la compasión y la empatía como sentidos privilegiados. Feminista, sin negar en ningún momento los derechos de su audiencia masculina, sino clamando por una paz muy necesaria hoy en día. La precisión perfeccionista de los recursos técnicos (luces intensas o tenues de acuerdo con el tono respectivo, imágenes acuáticas y sonidos musicales o estridentes que ilustran las circunstancias vividas en la sensibilidad de las protagonistas) complementa el corazón partido en tres de los Monólogos de la vagina, esas actrices excluyentes encargadas de transformar al espectador en un ser más consciente de la trama que nos une. Los múltiples roles que interpretan Brescia, Alcóver y Frayssinet coronan el difícil equilibrio de una pieza que, como todas, debe lidiar con lo impredecible de las pasiones humanas, y aun más que otras, dadas sus características de elenco y personajes (en otros montajes, hay tantas actrices como roles a personificar). Si me detengo en el rubro específico que estamos observando, el de la actuación --el más importante en las tablas, y algo que me entusiasma personalmente--, será inevitable que constatemos el triunfo de una labor conmovedora sin disfuerzos, sincera sin ambages, encantadora sin fisuras. Al menos este Día del Padre, y como lo demás, pero tan principalmente, el trío de heroínas de Cattone brilló en un espectáculo generoso, teatral pero no artificioso. Las tres lucieron en conjunto y respectivamente, su técnica virtualmente invisible, los personajes aflorando distintamente en cada episodio, tras, a veces, cada cambio de ropa o salida y retorno al escenario, en una coreografía impecable cuyas alternancias subrayaban la armonía entre las actrices, y su química con el público de todas las noches, tan diferente de sí mismo. Pilar Brescia estuvo sensacional en el episodio de la mujer golpeada por la violencia sexual de los hombres, cuyo autodescubrimiento encuentra en los brazos de otra mujer. Regina Alcóver resultó tan impactante en su reflexivo retrato, rico en matices, de un sector de la clase media limeña, desde su acento hasta sus gestos y su caracterización en pleno, que fue una auténtica delicia poder apreciarlo. Yvonne Frayssinet fue quizá mi favorita; su encarnación de una profesional del placer constituyó una revelación tan cómica como consustancial a la propuesta político-sexual de Ensler, el estilo asertivo --¿agresivo, dirán algunos?-- de la protagonista uno de los puntales del montaje. Recuerdo haber deseado al inicio que Brescia --una maravillosa actriz de quien estuve enamorado platónicamente en mi niñez-- estuviera más próxima a la zona de la platea donde yo me hallaba, en lugar de Frayssinet (que era la más cercana, siendo Brescia la más apartada y Alcóver ocupando la silla de en medio, en general); pues, en cierto momento, tal vez entre la memoriosa viejecita o la mujer con lágrimas conmovedoras de Alcóver, y la resiliente víctima de violación de la guerra en Bosnia también incorporada por la sorprendente Frayssinet, olvidé todo eso, aunque la suave femineidad de Brescia --su belleza rubricada por una voz de bálsamo-- fue para mí como el pegamento que sujetó cada parte en su propio lugar.

En suma, los Monólogos de la vagina es una producción variada y satisfactoria desde tantos puntos de vista, con la gracia única que poseen las admirables labores dramáticas.